Lidiar con una enfermedad crónica implica navegar por un mar de emociones turbulentas que fluctúan entre la esperanza y la desesperación.
Los días buenos pueden brindar alivio temporal y un destello de normalidad, mientras que los días malos suelen estar plagados de dolor y frustración, haciendo que la persona se sienta atrapada en su propio cuerpo.
Este torbellino emocional, marcado por el miedo a lo desconocido y el desgaste de la lucha constante, que paraliza y pone una pausa en la vida; en los planes; en los sueños.