por Ivonne Cabral
La tormenta más grande
Puedo relatarte mi historia y contar los momentos de tristeza, desesperanza, depresión y sufrimiento; las innumerables veces que clamé a Dios para que quitara esa condición de mi cuerpo. ¡Clamé, por favor Dios obra un milagro! ¡Dios, obra un milagro! Pero la enfermedad continuaba.
El milagro estaba sucediendo
Sin embargo, el milagro estaba sucediendo, no como yo pensaba ni de la forma que yo quería que sucediera. Sí aconteció; pero en mi interior, en donde ningún cirujano, por experto y hábil que fuese, hubiese podido llegar. Mi visión de la vida es diferente.
Jamás veré los problemas como un enemigo implacable y amenazante. Las dificultades se han convertido en ocasiones para ver el poder de Dios manifestarse, son un gimnasio espiritual para ser más fuertes; es el lugar donde los aeróbicos espirituales nos capacitan para correr esta carrera de fe, aprender a ser efectivos y productivos de hacia dónde corremos y el para qué. Esto habla de destino y de propósito.
El milagro más grande
Mis prioridades son otras. El milagro fue el poder reconocer lo que es realmente relevante e importante. Se removieron las distracciones que me desviaban de edificar mi carácter, de construir una familia conforme al corazón de Dios. Entender la temporalidad de la vida me hizo abrazar lo eterno.
El milagro fue vivir cada momento como un regalo.
Mis oídos se abrieron a escuchar al ser invitada a bailar bajo el calor de un nuevo día, ser acariciada por la brisa de un despertar que se anuncia como el mejor de mi vida.
¿A qué se debe tanta expectativa de lo bueno y tanto disfrute? A que estaba enferma. Enferma de ansiedad por el mañana; enferma de querer hacer las cosas en mi propia fuerza; enferma de insatisfacciones; enferma de “quiero tener… pero no tengo;” enferma de ingratitud y de egoísmo.
No quiero hoy centrarme en la peor tormenta de mi vida sino en el resultado de ella… y el milagro más grande que Dios ha hecho: una nueva Ivonne.